Nación Cautiva es una cinta pequeña, con un presupuesto ajustado, pero bien aprovechado, y un elenco de actores que mezcla la veteranía (John Goodman, Vera Farmiga) de los consagrados con la frescura de los menos conocidos. Trata del estado de las cosas tras una invasión extraterrestre de la Tierra, un tema bastante manido y difícil de girar a favor de uno. Y todo eso tiene sus luces y sus sombras.

Rupert Wyatt (El origen del Planeta de los Simios) dirige esta película que se atreve a abordar un tema tan abundante manoseado con un planteamiento menos efectista de lo que cabría esperar. Muy en la línea de la tristemente cancelada serie de La Colonia, explora cómo sería la Tierra si una especie extraterrestre, con una tecnología y una agresividad infinitamente superiores (aunque no del todo desconocidas para nosotros) conquistase nuestro planeta. Lo atractivo del planteamiento es el establecimiento de un Régimen no se sabe muy bien si global en el que las autoridades terrestres se pliegan a nuestros invasores y nos gobiernan subsidiariamente al más puro estilo colaboracionista. Las ventajas que nos vende este Régimen es que gracias a los Legisladores, como se denomina a esta especie alienígena, hemos dejado atrás nuestras diferencias como especie y nos hemos unido en una sociedad armoniosa y feliz, eso sí, bajo el yugo de unos conquistadores esquivos.


Esquivos porque se han instalado en lo más profundo del planeta, en unas colonias accesibles únicamente tras pasar férreos controles propiciados por un estado pseudofascista, donde las ejecuciones sumarísimas son el pan nuestro de cada día y los derechos brillan por su ausencia. Los Legisladores están presentes a través de métodos muy sutiles, como una especie de bandadas de drones que sobrevuelan las ciudades constantemente o una especie de centinelas mecánicos que adornan las cosas lacustres de Chicago, donde transcurre la acción. No se dejan ver más de lo necesario, y cuando lo hacen, son aterradores, mostrándose con una forma humanoide, de miembros muy largos y una suerte de pelaje que se eriza a la mínima de cambio y te atraviesa como la mantequilla. Tienen cosas más importantes que hacer que lidiar con la opresión de la humanidad, tarea que dejan a las autoridades humanas establecidas bajo su beneplácito.

Si entrar en detalles sobre el argumento, hay que decir que Nación Cautiva maneja muy bien los elementos que maneja. La tensión y el miedo ante la ocupación, la opresión del ambiente, acentuada con unos filtros apagados y unos ánimos abatidos, incluso entre aquellos que deben hacer cumplir las normas de los opresores. Porque no olvida que todos somos humanos y que no pasamos por el mejor de los momentos, si bien la supervivencia manda y algunos ejercen la brutalidad encomendada con sumo gusto con tal de mantener su estatus privilegiado.


La historia está teñida con una pátina de melancolía por todo lo perdido y un foco de lacónica esperanza en la revolución que habrá de liberarnos. No en vano, el estribillo es "Enciende una cerilla e iniciarás una guerra". No hay más (para bien). Nos encontramos, pues, en las antípodas de Independence Day, sin los efectismos filoamericanos triunfalistas de películas que buscan finales felices y poca reflexión. Aquí se nos invita a pensar en la libertad y el tremendo sacrificio que conlleva. No nos pone en el momento fácil del combate efectista del enemigo, sino en los humildes intentos, casi abocados al fracaso desde el inicio, de sacudir el avispero para así despertar conciencias.

Y la violencia. En Nación Cautiva es directa como un puñetazo al estómago, brutal en su manifestación e inmisericorde en su dosificación. Es el terror político llevado a su máxima expresión, y aun así quedan espíritus libres dispuestos al sacrificio máximo para, al menos, iniciar el camino.

Y esto conlleva sombras en las menos de dos horas de metraje. Para empezar por la duración. Se hace poco tiempo para desarrollar ideas y personajes. Al final las tramas quedan un poco difuminadas y desdibujadas por el corsé del metraje. Luego está la dispersión de estas tramas que, si bien convergen y se solapan, no se engastan con la fluidez que cabría esperar hasta el final. Puede que en esto algo tenga que ver la disparidad del casting, correcto en todo momento, pero desequilibrado en su pedigrí. Lo malo (pero también lo bueno) es que la película te deja con ganas de mucho más. Quieres conocer más al enemigo. Quieres saber lo que ocurre en el resto del mundo. Queres ahondar en las insinuaciones constantes, en esa imaginería bien hilada, en esa estética coherente, en esas naves que parecen colmenas rocosas y esas armas orgánicas que aportan frescura al concepto. Pero te deja con la miel en los labios, como una amante esquiva que te deja mirar pero apenas tocar.

La desgracia para este tipo de películas es que esta en concreto se ha estrenado en época de pandemia y no brillará como realmente merece. Creo que habría funcionado mejor como serie, pero quizá habría perdido ese punto de densidad que le aporta ser una historia finita.

Con todo, la recomiento con vehemencia. Creo que es muy necesario cine con planteamiento sobrios y valientes que no busquen el efecto fácil. Esperemos que haya más.